abril 06, 2012

Remorso, remordimiento, regret... Oh, Jesus!

Culpa, remordimiento, duda, deseo, engaño, crueldad, sacrificio, desprecio, amor, rebeldía, víctima y todas las artimañas posibles para evitar un destino impuesto, cuyo único resultado es que eso, precisamente, está en el plan para que se cumpla la profecía. De eso está hecha la vida de Jesús, según José Saramago. Con la figura de Jesús, pilar del cristianismo y el catolicismo, continúo la serie sobre personajes del Nuevo testamento llevados a la literatura, otra forma de leer la Semana Santa (ayer fue Judas, en un cuento de Borges, y el miércoles la Virgen María, con la novela de Martín Garzo). Porque si del supuesto paso oficial de Jesús por este mundo dejaron breve constancia en el Nuevo testamento cuatro de sus apóstoles: Mateo, Lucas, Marcos y Juan; desde entonces la literatura ha ido más allá. Y mucho más allá de más allá fue José Saramago en El evangelio según Jesucristo (Alfaguara). El escritor y Nobel portugués reescribe la vida del hijo de María y José, su padre putativo, especialmente su concepción, su infancia y primeros años años fuera de casa. Pero lo hace recreando una vida llena de dolor y remordimientos porque su existencia es gracias a una matanza de niños. José se entera de que Herodes ha ordenado el asesinato de los menores de 3 años y, en lugar de avisar a los demás, corre y corre en silencio hacia su cueva para salvar al "hijo de Dios". A partir de ahí, Saramago construye a un carpintero llamado José, hijo de Heli, muy humano, inquieto e invadido de arrepentimiento. Las preguntas del primogénito no tardarán en llegar, sus encuentros con ángeles y demonios desconcertarán, hasta que un avance del futuro se realiza en él: a los 33 años, José es crucificado por equivocación, el hijo lo encuentra y hereda las pesadillas de su padre, cómplice de asesinato. Con 13 años, en un diálogo con su Madre, Saramago escribe: "Las manos de Jesús se alzaron de repente hasta el rostro como si quisieran desgarrarlo, su voz se soltó en un grito irremediable, Mi padre mató a los niños de Belén, Qué locura estás diciendo, los mataron los soldados de Herodes; No, los mató mi padre, los mató José, que sabiendo que los niños iban a ser muertos no avisó a los padres, y cuando estas palabras fueron dichas quedó perdida toda esperanza de consuelo. (...) María tendió la mano al hijo; No me toques, mi alma tiene una herida, Jesús, hijo mío, No me llames hijo tuyo, tú también tienes la culpa". Es Jesús en la orilla del tiempo. Jesús en un rincón del espacio terrenal. Jesús asfixiado por los remordimientos. Jesús desdeñando a su madre. Cinco años después, Jesús descubriendo el amor en María Magdalena. Jesús pensando, indagando, preguntando por el sentido de la vida, de su vida. Jesús renegando y queriendo hacer lo que anhela un ser humano: hacer su destino y tomar las riendas de su existencia. Una novela con ecos bíblicos traídos que arrostran preguntas y reflexiones teológicas y filosóficas y humanas y sentimentales. Y así, Saramago novela la vida del "Salvador" como un ser verdaderamente humano que reflexiona y quiere tomar sus propias decisiones. Cree que hace su voluntad, pero en el último instante descubre y comprende que "vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo". Texto do El País

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